sábado, 2 de marzo de 2013

Mitos hebreos: La creación según el Génesis y otros textos bíblicos




      "Cuando Dios emprendió la creación del Cielo y la Tierra, no encontró a su alrededor más que Tohu y Bohu, es decir el Caos y el Vacío. La faz del abismo, sobre el que Su Espíritu se cernía, se hallaba en la oscuridad. 

      En el primer día de la Creación, en consecuencia, dijo: 'Haya luz', y hubo luz. 

      En el segundo día hizo un firmamento para separar las aguas de arriba de las aguas de abajo, y lo llamó 'Cielo'. 

      En el tercer día juntó en un lugar las aguas de debajo de los cielos y apareció lo seco; y a lo seco llamó 'Tierra' y a la reunión de las aguas 'Mar'. Y le dijo a la Tierra que brotara hierbas y árboles.

      En el cuarto día creó el Sol, la Luna y las estrellas. 

      En el quinto día, los animales marinos, los peces y las aves.
    
      En el sexto día, los animales de la tierra, los reptiles y al hombre. 

      En el séptimo día, satisfecho con su obra, descansó. 



      Pero algunos dicen que después de crear el Cielo y la Tierra, Dios hizo que una niebla humedeciese la tierra seca para que pudiesen brotar los pastos y las hierbas. Luego hizo un jardín en Edén, y también un hombre llamado Adán para que lo cuidara, y plantó en él árboles. Luego creó todos los animales, las aves y los reptiles, y por fin la mujer.

      Según otros, Dios creó el firmamento completo, con el Sol, la Luna y las estrellas, con una sola palabra de orden. Luego, vestido con una gloriosa vestimenta de luz, el firmamento como una tienda de campaña redonda, cortada exactamente para cubrir el Abismo. Después de encerrar las aguas de arriba en un pliegue de su vestidura, instaló su pabellón secreto sobre el firmamento, cercándolo con una densa oscuridad como una arpillera, lo alfombró con lo mismo y asentó sus vigas sobre las aguas de arriba. Allí erigió su Trono Divino. 

      Mientras realizaba la obra de la Creación, Dios cabalgaba a través del Abismo montado en nubes, o en querubines, o en las alas de la tormenta; o cogía a los vientos que pasaban y hacía de ellos sus mensajeros. Asentó la Tierra sobre bases firmes, pesando cuidadosamente las montañas, hundiendo algunas como pilares en las aguas del Abismo, arqueando la Tierra sobre ellas y cerrando el arco con la clave formada por otras montañas. 




      Las aguas rugientes del Abismo se levantaron y Tehom, su reina, amenazó con inundar la obra de Dios. Pero en su ígneo carro recorrió El las aguas y lanzó contra ella grandes andanadas de granizo, rayos y truenos. Mató a su monstruoso aliado Leviatán con un golpe en el cráneo; y al monstruo Ráhab atravesándole el corazón con una espada. Atemorizadas por su voz, las aguas de Tehom descendieron. Los ríos retrocedieron por las colinas y descendieron a los valles situados más allá. Tehom, temblando, reconoció su derrota. Dios lanzó un grito de victoria y secó la inundación hasta que quedaron a la vista las bases de la Tierra. Luego midió en el hueco de su mano el agua que quedaba, la derramó en el lecho del mar y puso dunas de arena como su límite perpetuo; al mismo tiempo dictó un decreto que Tehom nunca podría infringir por violentamente que rugiesen sus olas saladas, pues estaba, por decirlo así, encerrada tras unas puertas a través de las cuales se había echado un cerrojo. 



      Luego Dios midió la tierra seca, fijando sus límites. Permitió que las aguas dulces de Tehom surgiesen como manantiales en los valles y que la lluvia cayera suavemente sobre las cumbres de las montañas desde sus cámaras en las alturas. Así hizo que brotaran la hierba y el pasto para el ganado; también el grano y la uva para alimentación del hombre, y los grandes cedros del Líbano para que dieran sombra. Ordenó a la Luna que marcara las estaciones; y al Sol que dividiera el día de la noche y el verano del invierno; y a las estrellas que restringieran la oscuridad de la noche. Llenó la tierra con animales, aves y reptiles; y el mar con peces, bestias marinas y monstruos. Permitó que las fieras vagaran de un lado a otro después de oscurecer, pero en cuanto el Sol salía debían volver a sus cubiles. 

    
  Los luceros del alba, que observaban, prorrumpieron en un canto de alabanza y todos los hijos de Dios gritaron de alegría. 

      Habiendo terminado así la obra de la Creación, Dios se retiró a un santuario en el monte Parán, en la Tierra de Temán. Siempre que Él sale de su morada la Tierra tiembla y las montañas humean."


Consultar: Génesis, I-II.3; II.4-23; Isaías XL.12, 22 y L.3; y XLIV.24; Salmo CIV.3-5, 6; XXXIII.6-8; CIV.2; XVIII.10-12, 15-16, CIV.3, 32, XCIII.1-2, 3, LXV.7, LXXXIX.11, LXXIV.13-14, 17, ; 1 Reyes VIII.12; Proverbios XXX.4; Jeremías XXXI.35; Job IX.13, XXVI.12-13, XXXVIII.5, 8-11; Nahum I.4; y Habacuc III.3.

 

Tomado de: Robert Graves y Raphael Patai. (1986). Mitología hebrea. Madrid: Alianza.    

2 comentarios:

Unknown dijo...

¡Buenísimo! Excelente material, pues hay varios datos que, creo, muchos no conocen. Está genial esta entrada. Gracias, profe.

Alejandro Useche dijo...

Saludos, Christian. Me alegra que esta entrada te haya agradado y sido de provecho. Estaré atento para publicar más entradas de mitología hebrea. Un abrazo.