Junuunay 
 el Origen del Fuego


       En la mitología wayuu o goajira venezolana, me resulta especial el relato El origen del fuego, en el que se nos cuenta cómo, en un inicio, los hombres no conocían este elemento, consumiendo todo crudo, tanto las carnes como las raíces, los tubérculos y todo lo demás. Sólo Maleiwa poseía el fuego. Lo tenía en forma de piedras encendidas que ocultaba celosamente en una cueva. Maleiwa no confiaba en el uso que los hombres podían hacer de él, así que prefirió quedárselo. Pero un día, cuando él estaba junto a la fogata de ese fuego sagrado, se le apareció Junuunay, un joven invadido por el frío, en actitud pacífica, consciente de que estaba en un lugar sagrado y prohibido. Dijo: "Sólo vengo a calentar mi cuerpo junto a vos. Tened clemencia para mí, que no he querido ofenderos. Amparadme de este frío que me hiela, que me puya la carne y me llega hasta los huesos. Tan pronto entre en calor me marcharé". Sus dientes se entrechocaban, temblaba, se frotaba las manos...Pero todo eso era fingido. Tenía otra intención... Maleiwa, al verlo en ese estado, aceptó. Pero no le quitaba la vista de encima. Ambos se calentaban. Junuunay trató de sacarle conversación a la divinidad, pero nada. Maleiwa permanecía parco, circunspecto. No le hacía caso. Y lo miraba y lo miraba.  

      
      "Pero un rumor de viento hizo que MALEIWA voltease la cara hacia atrás para mirar y cerciorarse bien del pequeño ruido que se avecinaba." Y ¡zas!....Junuunay aprovechó el instante y cogió dos brasas encendidas, las guardó muy rápidamente en un "morralito que llevaba bajo el brazo" y huyó. Corrió tan rápido como pudo, escurriéndose entre la vegetación. Y allí comienza una persecusión apretada, intensa, de Maleiwa a Junnunay, decidido a castigarlo: "¡Me ha engañado el muy bribón! Le castigaré dándole el suplicio de una vida inmunda. Le haré vivir en los muladares, en los estercoleros rodando bolas de excremento...".





  Pero como Junnunay veía que él no era tan rápido y que podía ser alcanzado de un momento a otro, le entregó una brasa a Kenaa, un joven cazador, quien se alejó con el fuego sin ser visto. Le dio la otra brasa a Jimut, el Cigarrón, quien la metió en un palo de caujaro. Antes de proseguir le dijo: " "Amigo mío, MALEIWA me persigue porque le he robado el fuego para dárselo a los hombres (....), quien posea esta joya será el más afortunado de los hombres: sabio y grandioso". Jimut multiplicó el fuego. Y Junuunay siguió huyendo. Pero, tarde o temprano, el héroe fue capturado y convertido en escarabajo, rodando bolas de estiércol por siempre. 





     Este relato, que he parafraseado (las citas son de Literaturas indígenas venezolanas, de Fray Cesáreo de Armellada y Carmela Bentivenga de Napolitano, editorial Monte Ávila), me resulta muy sabroso de leer, por la figura heroica de Junuunay, que de modo similar al Prometeo griego, hurta el fuego en un gesto filantrópico, buscando no su propio beneficio, sino el de la comunidad. Es un texto rico en una simbología inspiradora. Y es que el regalo de Junuunay fue enorme: el fuego del conocimiento, el fuego sagrado que no sólo civiliza, sino que permite al hombre trascender su condición terrenal. 



      Ahora bien, me ha llamado la atención, el carácter picaresco del personaje: taimador, engañador, astuto, ágil...todo un pillo que sabe fingir, que baraja estrategias para burlar a la misma divinidad. Si bien es cierto que Prometeo también quiso engañar a Zeus, dándole al dios del Olimpo los huesos y la grasa, quedándose él con la carne, Junuunay forma parte de una tradición de héroes pícaros muy importante en América y que tiene un sabor especial en la literatura indígena venezolana. 

      Creo que es importante notar que el fuego se lo haya otorgado a un cazador y a una cigarrón a modo de personajes colaboradores (adyuvantes positivos). El cazador, para ser tal, necesita esa 'visión', esa gnosis que el fuego representa. El cazador debe saber ver. Necesita la luz del fuego. El cigarrón corresponde en Venezuela al abejorro carpintero, un himenóptero rápido, un tipo de abeja grande y velluda, que usualmente construye su nido en la madera. Es un gran polinizador, aunque también es, a veces, un ladrón de néctar (sin recoger ni transportar polen). Como constructora, es símbolo de la capacidad de civilización, estableciéndose un vínculo con el concepto del fuego creador y civilizatorio (lo crudo como barbarie, lo cocido como civilización). Pero como ladrón de miel, este animal es un hurtador del 'alimento espiritual', del 'conocimiento místico' o, según los criterios de C. G. Jung, del símbolo de la individuación, es decir, de la 'madurez psíquica'. 


  De igual manera, me llama sobremanera la atención que Junuunay haya sido transformado en un escarabajo estercolero, animal que en el Egipto Antiguo también estaba asociado al Sol y, por ende, al fuego; más específicamente a Khepri o Jepri, que es el dios Ra en su faceta de sol naciente, simbolizando la resurrección y la vida eterna.  Y eso es lo que se obtiene del fuego sagrado del mito de Junuunay: es eterno el que obtenga el saber del fuego, el conocimiento que sublima y hace trascender. El iniciado es eterno porque su alma ha sido iluminada.





      Siempre estos héroes son castigados. La búsqueda y la obtención del fuego del conocimiento tiene un precio. ¿Será que cuando se tiene conocimiento lo primero con lo que topas es con el 'estiércol' de la vida para descubrir, dolorosamente, que la única forma de superarte es tomar esa materia innoble y transformarla o integrarla a la esfera psíquica, a una totalidad, y hacerla rodar hasta convertirla en un sol, en luz, en espíritu? ¿Es este mito otra imagen alquímica de la transformación y del precio que se paga por ella?



Autoría: Alejandro Useche

2 comentarios:

ACISOI dijo...

dnd queda la conciencia con SENSE?

Katherine Piñango dijo...

Excelente