"Dios creó los Cielos con la luz de Su vestimenta. Cuando los extendió como un paño comenzaron a dilatarse cada vez más espontáneamente, hasta que Él gritó: '¡Basta!' Creó la Tierra con la nieve que había bajo Su Divino Trono: arrojando parte de ella en las aguas, que se helaron y convirtieron en polvo. La Tierra y el Mar también se extendieron cada vez más hasta que Él gritó: '¡Basta!'
Pero algunos dicen que Dios entretejió dos madejas, una de fuego y la otra de nieve, para crear el mundo; y dos más, de fuego y agua, para crear los Cielos. Otros sostienen que los Cielos fueron hechos con nieve solamente.
Bajo el antiguo régimen del Agua prevalecían un desorden y un caos tales que los hombres prudentes evitan toda mención del mismo. 'Comparar a Dios con un rey que ha construido su palacio sobre una gran letrina —dicen— sería pertinente, pero irreverente.'
En consecuencia, Dios desterró a Tohu y Bohu de la Tierra, aunque los conservó como dos de las cinco capas que separan a las siete Tierras. A Tohu se lo puede discernir fácilmente como la delgada línea verde del horizonte desde la cual, todas las noches, se extiende la Oscuridad por el mundo. Bohu es también el nombre que se da a ciertas piedras relucientes sumidas en el abismo en que acecha Leviatán.
Dios encontró a las Aguas de Arriba masculinas y las Aguas de Abajo femeninas unidas en un abrazo apasionado. 'Que una de vosotras se levante', ordenó, 'y que la otra descienda'. Pero las dos se levantaron juntas, por lo que Dios preguntó: '¿Por qué os habéis levantado las dos?' y ellas respondieron con una voz: 'Somos inseparables. ¡Deja que nos amemos!' Entonces Dios extendió Su dedo meñique y las separó; a las de Arriba las elevó a gran altura y a las de Abajo las derribó. Para castigar su oposición Dios las habría chamuscado con fuego si no hubieran suplicado misericordia. Las perdonó con dos condiciones: que, en el Éxodo, permitieran que los Hijos de Israel pasaran a pie enjuto, y que impedirían que Jonás huyese en barco a Tarsis.
Luego las aguas divididas manifestaron su angustia por la pérdida sufrida lanzándose ciegamente las unas contra las otras e inundando las cimas de las montañas. Pero cuando las Aguas de Abajo llegaron al pie del trono de Dios, Él gritó airado y las pisoteó con Sus pies.
Otros dicen que las Aguas de Abajo, angustiadas y no estando ya tan cerca de Dios, gritaron: 'No nos han considerado dignas de la presencia de nuestro Hacedor' y trataron de llegar hasta Su trono como suplicantes.
En el tercer día, cuando Dios se dedicó a reunir las Aguas Saladas en un lugar —para dejar que apareciera la tierra seca—, protestaron: 'Cubrimos el mundo entero, y aun así carecemos de espacio suficiente. ¿Quieres limitarnos todavía más?' En vista de lo cual Dios mató a puntapiés a su caudillo el Océano.
Pasadas estas dificultades, Dios concedió un lugar separado a cada conjunto de aguas. Sin embargo, en el horizonte están separadas por no más que la anchura de tres dedos delgados.
A veces, el mar todavía amenaza a su barrera de arena. Un marinero veterano le dijo en una ocasión a Rabbá de Babilonia: 'La distancia entre una ola y su compañera puede ser de trescientas leguas; y cada una puede elevarse a una altura también de trescientas leguas. No hace mucho tiempo una ola levantó nuestro barco hasta tan cerca de una pequeña estrella que adquirió el tamaño de un campo en el que podrían crecer cuarenta medidas de semilla de mostaza. Si nos hubiéramos elevado todavía más el aliento de la estrella nos habría chamuscado. Y oímos que una ola le decía a su compañera: 'Hermana, ¿queda algo en el mundo que no hayas barrido ya? Si queda, deja que lo destruya'. Pero la otra ola respondió: 'Respeta el poder de nuestro Señor, hermana; no podemos cruzar la barrera de arena ni siquiera en la anchura de un hilo...'.
Dios prohibió también a Tehom, las aguas dulces subterráneas, que se elevasen, excepto poco a poco; y les impuso la obediencia poniendo sobre ellas un casco, en el que había grabado Su Nombre Inefable. Este sello sólo fue quitado una vez: cuando la humanidad pecó en la época de Noé. Inmediatamente Tehom se unió con las Aguas de Arriba y juntas inundaron la Tierra.
Desde entonces Tehom se ha mantenido siempre agazapada sumisamente en su profunda morada como un animal gigantesco, enviando manantiales a quienes los merecen y alimentando las raíces de los árboles. Aunque influye así en el destino del hombre, nadie puede visitar su morada.
Tehom entrega a la Tierra tres veces más agua que la lluvia. En la Fiesta de los Tabernáculos los sacerdotes del Templo derraman libaciones de vino y agua en el altar de Dios. Luego Ridya, un ángel que tiene la forma de un novillo de tres años con labios hendidos, ordena a Tehom: '¡Deja que broten tus manantiales!' y ordena a las Aguas de Arriba: '¡Dejad que caiga la lluvia!'
Algunos dicen que una gema que llevaba el nombre del Mesías —y que flotaba impulsada por el viento hasta que fue construido el Altar del Sacrificio en el Monte Sión y luego se quedó allí— fue la primera cosa sólida que creó Dios. Otros dicen que fue la Primera Piedra en la que se apoyaba Su altar, y que, cuando Dios limitó las aguas de Tehom grabó Su Nombre de cuarenta y dos letras en su superficie, y no en un sello. Otros más dicen que arrojó la Roca en el agua profunda y formó tierra a su alrededor de una manera parecida a como un niño antes de nacer se desarrolla desde el ombligo hacia afuera; sigue siendo el ombligo del mundo hasta ahora.
Posteriormente, cuando Adán se preguntó cómo había sido creada la Luz, Dios le dio dos piedras: la de la Oscuridad y la de la Sombra de la Muerte y él las frotó. De ellas salió el fuego. 'Así fue hecha', le dijo Dios."
Tomado de: Robert Graves y Raphael Patai (eds.). (1986). Los mitos hebreos. Madrid: Alianza.
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